BÁCULO Y GUÍA PARA MANEJARSE DECENTEMENTE POR LA MITOLOGÍA PENAL CONTEMPORÁNEA

martes, 21 de septiembre de 2010

¿democracia militante?

Algunos alumnos plantean en clase el problema suscitado por la reciente Sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y la necesidad de modificar la Constitución o de proteger su texto a capa y espada. Y, a partir de ahí, cuál es la legitimidad de la Constitución y de la propia democracia como parámetros fiscalizadores del comportamiento general.

Yo creo que el problema que subyace en las cuestiones sobre si la Constitución es un mero marco procedimiental o incluye principios normativos, o en qué medida debe estar sujeta a crítica y modificación, es similar al de la tan traída y llevada (qué asco) falta de valores de la sociedad contemporánea. La cuestión no es si hay principios, axiomas o valores en la Constitución y en la sociedad, sino si estos principios, axiomas o valores están adecuadamente enunciados e identificados como tales. Bueno, la cuestión es más bien que no lo están. No se han establecido explícitamente las cosas que consideramos esenciales a nuestra organización social, que no vamos a cambiar ni a discutir, ni siquiera aunque lo apoye la mayóría. Por ejemplo, la igualdad, la libertad y el derecho a la vida de los seres humanos no están sujetos a debate: quien vaya contra tales principios es nuestro enemigo y contra él estaríamos dispuestos a empuñar las armas. No tener claros los principios nos lleva a una construcción utilitarista, pragmática e incluso sentimentaloide de las leyes y las normas. ¿De dónde sale, por ejemplo, una ley de plazos y circustancias personales para el aborto?

Con respecto a la faceta de marco procedimiental de la Constitución, o de la democracia en sí, aquí el problema está más claro, por mucho que juguemos a ignorarlo: las democracias occidentales funcionan sólo de manera formal, sin contenido real: nuestros representantes no nos representan, los parlamentarios no parlamentan, no hay separación de los tres poderes, los ciudadanos no son iguales ante la ley... Pero todos, hombres e instituciones, actuamos como si no fuera así.

¿Por qué? Por la tercera función que cumple la democracia en nuestra sociedad. Además de ser un conjunto de principios, además de ser un sistema de procedimientos, la democracia es un sistema de legitimación del poder aceptado por el conjunto de los ciudadanos. No minusvaloremos esta función, imprescindible para mantener la estructura y el orden de la sociedad. Tradicionalmente, dos han sido las formas más habituales de legitimación del poder: la fuerza (el más fuerte manda) y la herencia (el hijo del rey el el próximo rey). En Occidente es difícil entender que los iraquíes aceptaran a Sadam Husein como líder, simplemente porque demostraba fuerza. Pero los españoles tenemos cerca en el tiempo un ejemplo de que a quien gana una guerra el pueblo le reconoce el derecho a mandar. En los países civilizados, el que vence en unas elecciones democráticas, aunque la mayoría no entienda lo que vota, es el jefe. No hay discusión. Y ésta es una gran fuente de paz social.

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