Hay delitos que, más allá de su alarmante inmoralidad y su evidente carga lesiva, resultan, además, especialmente repugnantes. Y, de entre todos ellos, quizá los más aborrecibles sean los que se nutren -en cualquiera de sus manifestaciones- de la cosificación de niños y adolescentes con la insana intención de usarlos como objetos sexuales. Pederastas, exhibicionistas, agresores, pedófilos, abusadores sexuales, traficantes de pornografía infantil, tratantes de menores… todos ellos engloban un curioso grupo de repelencia delictual difícilmente igualable.
Hace algunos días se detuvo en Tailandia a Christopher Neil (alias Vico), delincuente buscado vehementemente por Interpol, y sospechoso de múltiples abusos sexuales contra menores. Además de las agresiones por las que se le acusa, se le considera también responsable de traficar con fotos y vídeos que mostraban sus abusos, así como de colgar en Internet imágenes que daban a conocer a otros pedófilos las características de sus inocentes víctimas.Pero por muy ruines que nos parezcan estos hechos y por muy indeseables que se nos presenten sus protagonistas, es evidente que los delitos no los cometen demonios sobrenaturales ni visitantes extraterrestres. Los protagonistas de estas terribles acciones son personas de carne y hueso, de fisonomía muy similar a la nuestra, y con características prácticamente iguales. Seres humanos, enfermos o no, sometidos a las mismas pulsaciones, los mismos apetitos y las mismas inclinaciones que nosotros. Con desinhibiciones patológicas o morales exageradas, o con trastornos de personalidad más o menos identificables, pero seres humanos a fin de cuentas.
Más allá de su justo y legítimo castigo, y de la necesaria prevención penal de comportamientos similares, me pregunto ahora por el hombre que hay detrás de la gélida foto de Christopher Neil, con gafas oscuras y barba de dos días. Y por la jauría humana que le rodea en la rueda de prensa, donde orgullosos cazadores muestran a la presa conseguida, al animal batido, a la pieza acorralada y definitivamente rendida.
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